Archive for febrero, 2009

Los tres talentos. (otro cuento de JR)

Eran tres hermanos. Los tres muy, muy, muy, pero que muy listos. Tenian talento. Pero no un talento de esos de quedar bien en familia, no. Su talento era de 200 de C.I. Genios, genios. Más que Einsten.

Y los tres tenian el doctorado «cum laude» y todo matrículas de honor, en todo,  siempre. Y salieron a buscarse la vida.

El primero era matemático. Demostró con complejímas fórmulas  que el tiempo era curvo, con una curva de radio  cambiante, que empezaba en cero y acababa en infinito, cuando llegaba a ser recta, pasado ese único punto, empezaba a curvarse, desde infinito hasta cero, para cerrar una línea que no tenía principio ni fin. Expuso sus teorias ante sesudos y doctos matemáticos y ganó el Nobel y todo lo que se le puso por delante.

El segundo era físico. Y consiguió en un ensayo con un aparato de su invención hacer que la temperatura de una avellana llegara por debajo del frio absoluto. Y demostró que la materia, por debajo de esa temperatura se transformaba en un agujero negro de antimateria. Igualmente expuso su descubrimiento ante la corte de sesudos físicos mundiales y también lo ganó todo, todo.

Pero el tercero, -¡ay¡ el tercero era político. Había sido el mejor alumno del siglo en todo el mundo. Sus teorías eran geniales, infalibles, buenas para todos. Un hallazgo para el bienestar de la humanidad. Pero cuando las presentó en unas elecciones con voto universal, directo y secreto, o sea, en una democracia formal,  sólo le votaron los cuatro gatos que lo entendieron.

Moraleja: La opinión de todos nunca es la mejor, o Tenemos lo que nos merecemos.

He dicho.

Jotaerre

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Hola a todos!

Hola,

Sólo quería comentaros que estoy pendiente de la próxima reunión, que estoy trabajando en ella. En principio busco alojamiento para el último fin de semana de agosto (28 y 29), como marcan los estatutos, aunque está resultando complicado. Me iría bien saber si vais a salir de vacaciones o, por el contrario, no tenéis problema con los días y puedo cambiarlos.

Estaría bien que cualquier comentario respecto a las fechas disponibles lo adjuntárais como comentario a esta entrada, así quedarán todos juntos y serán más fáciles de seguir.

Por ahora nada más. Un abrazo a todos,

Cristina

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habemus veterinarium

Hola a tod@s. Pues resulta que Antonio G2 ha terminado sus dilatados estudios de Veterinaria, proyecto fin de carrera incluído.
No por tardía es menos agradable esta noticia para su familia más cercana, así como no dudo de que lo será también pare el resto, al que participamos tan feliz desenlace.
Bien es cierto que debería de ser él quien divulgara esta buena nueva, pero, entre que esta semana está en Valencia buscando trabajo, que luego cuando venga sé que va a tener reparos en publicarlo en primera persona, que las noticias hay que darlas cuando se producen y, en definitiva, que yo, que soy su padre, me muero de ganas por comunicarlo. El caso es que lo digo ahora que está calentito.
Así que ya lo sabeis. Tenemos una nueva profesión en la familia. Con consulta gratuíta, presencial o virtual. ¿vale?
Pues eso. Muchos besos a tod@s y aprovecho para felicitar a Mmar por su reaparición, con la gracia y agudeza que la caracterizan.

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¿Desgracia? ¿Suerte? ¿Quíen sabe?

De todas las cosas ciertas, la más cierta es la duda. (B. Brech)

Me gustan los cuentos cortos. Por lo de Gracián:  «……….. y si breve, no tan malo».

Este no es invención propia. Este es una vieja moraleja campesina. Y, por campesina, sabia. Enseña  que no hay que precipitarse ante los avatares de la fortuna porque  ¿quíen sabe dónde está la fortuna?

Erase una vez un viejo labrador que vivía con su único hijo. Tenían un caballo y el caballo se escapó.

-¡Ay, padre, qué desgracia- decía el hijo- el caballo se ha escapado. Ya no tenemos caballo. Qué desgracia más grande¡

– ¿Desgracia? No lo digas tan seguro, hijo mío. Ya veremos lo que nos trae el tiempo.

Pero el hijo no lo entendía.

Al cabo de unos dias el caballo volvió. Y no venía solo. Traía con él una preciosa yegua.

-¡Ay, padre, qué suerte hemos tenido¡ El caballo ha vuelto y ahora tenemos dos caballos. ¿Qué suerte¡

-¿Suerte? Espera, hijo mio, espera a ver qué nos trae el tiempo.

Pero el hijo no lo entendía.

Unos dias después, el muchacho intentó montar a la yegua, pero no estaba domada y lo tiró al suelo. El joven se rompió una pierna.

-¡Qué desgracia, padre¡ ¡Qué desgracia tan grande¡ Por culpa del nuevo caballo ahora tengo una pierna rota. Esto sí que es una desgracia. Ahora no podré ayudarte en la recogida de la cosecha.

Y el padre volvió a sorprender al hijo:

¿Desgracia dices? ¿ Quién sabe? Ta veremos lo que trae el tiempo.

Pero el hijo, postrado en la cama y con una pierna entablillada, seguía sin entenderlo.

Entonces llegaron unos soldados del ejército del rey. Entraron en la casa buscando jóvenes para la guerra. Pero vieron al muchacho con la pierna entablillada y pasaron de largo.

Y ahora el hijo sí lo entendió.

Jotaerre

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FICCION SIN CIENCIA (cuento de jotaerre)

Hoy me he comido las últimas tres avellanas  y  siento que pronto voy a morir. El aire está limpio, pero yo ya no tengo fuerzas para levantarme de esta mesa sobre la que apenas puedo sostener la pluma de pavo con la que  estoy escribiendo la última historia de la humanidad.

Hoy es el día 45 de Otoño del año 47 de la Nueva Era. Si no hubiera pasado lo que pasó, sería el 6 de Noviembre de 2.075.  Y lo que más siento es no poder salir fuera y respirar el aire limpio, limpio. El aire puro de la Nueva Era.

Todo empezó después de la Gran Crisis. Después de las hambrunas de los años 10 y 20 del siglo XXI de la Era Antigua, las Brigadas Ecologistas de todo el mundo tomamos el poder.  Así acabó el régimen contaminante.

Nuestro triunfo puso fin a la era de la continua producción y del loco consumo. Nosotros rompimos el ciclo imperante de la frenética producción  que generaba más consumo.  Consumo  que exigía cada vez más producción. Un camino circular que no iba a ninguna parte. Un círculo vicioso eterno y agotador.

Tomamos el poder y lo cambiamos todo. La Primera Etapa fue la de la Destrucción. Todo lo que sabíamos que era malo fue eliminado:   los fabricantes de cualquier cosa, los empresarios, los ingenieros, los propietarios, los banqueros, los políticos, los comerciantes, los abogados, los químicos,  los jueces, los profesores, los funcionarios,  la iglesia romana,  y los Estados Unidos de América. Todos fueron eliminados. No había otro camino para construir la Nueva Era. Todo aquel que no era de los nuestros: burgueses asquerosos, fascistas de mierda. Basura. Eran  miles de millones que con sus cadáveres alimentaron a  peces de rios y mares, volviendo a darles parte de lo que durante siglos le habían quitado.

Con los malignos cayeron también sus ingenios: todas las fábricas, los centros productores de energía,   los pantanos,  las máquinas. Y se acabaron los insecticidas y los abonos. Los coches y los aviones. Las cosechadoras,  los televisores, los ordenadores, los teléfonos, los plásticos y los frigoríficos.

Y el mundo quedó limpio. El aire era limpio y sano. Ya no servían las carreteras, ni los aeropuertos, ni los laboratorios de medicinas, ni los quirófanos, ni las líneas telefónicas o de corriente eléctrica. Se abandonaron las minas y los barcos de motor. Sólo quedó el campo incultivado.  El campo y la selva. Los rios y las montañas. Todo limpio.

Volvimos a ser uno con la naturaleza. Los  pocos miles de habitantes del planeta teníamos reservas alimentarias para años. No teníamos que hacer nada. Los almacenes estaban llenos. Sólo había que ir y coger lo que necesitaras. Era cierto que los alimentos estaban contaminados:  envasados en plástico, tratados con insecticidas, conservados con aditivos.  Pero el aire estaba limpio. Había valido la pena.

………………………………………………………………………………………………………………………………….

Pero al cabo del tiempo las cosas empezaron a ir mal. Los alimentos, contaminados como estaban por tanto tratamiento químico, cultivos forzados y envases contaminantes,   se fueron enranciando, agusanando y pudríendose. Esto tiene el haber sido poco respetuoso con la Naturaleza. El castigo que Ella tenía reservado a sus contaminadores fue nuestra perdición, Nosotros, que habíamos luchado contra eso toda la vida. Nosotros, que hicimos la revolución Ecologista. Así de injusta es la vida.  Suerte que el aire estaba limpio.

Como limpios están ahora los almacenes. Se agotaron hace ya tiempo. El capitalismo no nos había enseñado a producir alimentos y tampoco a conservar los que habia. Nosotros no podíamos saber que esos productos asquerosos, transgénicos,  y manipulados por la mano del hombre eran perecederos.

Ya todos  mis compañeros han muerto. Como habría muerto yo si no llego a encontrar esta bolsa de avellanas, milagrosamente en buen estado, supongo que por el asqueroso y contaminante envase de fuerte plástico cerrado al vacío. Gracias a dosificarlas, tres cada día, he podido llegar hasta ahora.

Y en el umbral de mi muerte maldigo al sistema contaminante, que  ha castigado a los malignos de la era antigua en nuestras sanas personas. Con 47 años de retraso.

Chorrada escrita en un suspiro por

Jotaerre

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El otro Cuento de la Alhambra (Anónimo)

Bueno, pues aquí os dejo el cuento entero.
Se lo dedico a Jotaerre, que lo siguó desde el principio. A Mmar, felizmente reaparecida, ante los gritos de soledad del anterior y a Laura por las fotos que ha colgado de unos eventos que difícilmente podremos olvidar. Muchos besos a tod@s.
Antonio G1.

EL OTRO CUENTO DE LA ALHAMBRA

“… y, de pronto, surgió
de las entrañas de la tierra
como una rosa que se abre…”
…………….

Antiguamente, la colina donde hoy se asienta el palacio de la Alhambra, era un suave bosquecillo de jara y encinas, agujereado por hebras de agua cristalina que bajaban, relucientes, hasta el Albaicín, donde tomaban reposo en un estanque.
Por aquel entonces, se decía que esas aguas traían “duende”, expresión que aún se utiliza actualmente para designar algo misterioso, escondido y profundo, como salido de las entrañas de la tierra misma.
Pues bien, en dicho barrio del Albaicín, vivía un joven panadero, huérfano y aventurero, llamado Abdul Al Jalid, a quien no amedrentaba la prohibición tácita, que había en toda la ciudad, de subir hasta la colina del bosque. En efecto, nunca se supo que se hubiera dado ningún aviso al respecto, ni bando ni edicto. Nadie hablaba mucho de ello, pero estaba en mente de todos que aquellas aguas “traían duende”. No hacía falta decir más.
Fuera por curiosidad, por desafío o por ambas cosas a la vez, , Abdul, desoyendo lo que la prudencia y la cordura aconsejaban, se había internado, alguna que otra vez, en las inmediaciones del bosque y había divisado, a lo lejos, cómo la masa vegetal se apretaba en un determinado lugar, precisamente aquél de donde procedía con más fuerza el rumor de los hilillos de agua que, a modo de orquesta, sumía la zona en un permanente murmullo casi musical.
El joven Abdul había visto todo esto, pero nunca tuvo el valor suficiente para ir más lejos.
Sin embargo, hubo un día. Aquella mañana el agua bajaba como danzando hacia el estanque desde los múltiples canalillos que se retorcían, abrazando las piedras a su paso. Por un momento, Abdul recordó la pelvis de las bailarinas a las que miraba embelesado en las fiestas de la ciudad, y se imaginó que un enjambre de ombligos líquidos le llamaban por su nombre. En otro momento, creía que eran las lágrimas de alguna misteriosa cautiva que, en algún recóndito lugar, lloraba y lloraba; y entonces le parecía ver, en cada gota, un beso perdido, abierto y sin dueño. En otro momento…¡quién sabe lo que corría por su atolondrada imaginación!. De todos modos, pensó que algo pasaba allá arriba, que algo había estado ocurriendo siempre y, ese fue su error, creyó que él tenía que saberlo.
No bien hubo cruzado la linde de matorrales y arbustos sueltos, a donde ya en otras ocasiones se había acercado, le invadió la extraña percepción de estar observando algo que no debiera; de estar entrometiéndose en alguna ajena intimidad. No se veía, sin embargo, más que las ingles espumosas del agua, apretándose ante la estrechez de la bajada, algún que otro pájaro de raro plumaje y, cada vez, más espesor de savia vegetal.
Siguió avanzando, contoneándose a veces, para evitar la extraña disposición de algunas ramas. Parecía que este bosque había crecido sin observar muy cuidadosamente las leyes de la naturaleza. Algunos árboles invadían espacios inverosímiles. pero el conjunto era de una paz y una sensación de libertad como nunca antes había experimentado.
Sólo una cosa le preocupaba: aquel sentimiento de estar desnudando a alguien, a alguien o a algo que estaba desprevenido; y notaba un aire hostil hacia su persona; una hostilidad no violenta, sino asustada y temerosa.
Poco a poco, los sonidos iban creciendo. Cada vez oía más matices, y más fuertes. Los árboles, ahora, parecían moverse, y rozaban sus brazos. El agua se descomponía en gotas de modo caprichoso. El viento se oía, sin que uno solo de sus cabellos se alterase. ¿Y los pájaros?. No se veía ninguno desde hacía rato, pero sus extraños trinos le envolvían desde todos los rincones. En vez de clarificarse, cada vez que lograba aislar un sonido del resto, aparecían muchos otros nuevos sonidos. Y sin embargo, al mismo tiempo, parecía como si todo estuviera en calma, y, por momentos, sólo escuchaba los latidos de su propio corazón.
Metió el pié en un riachuelo, y le pareció que algo, muy pequeño, se detenía. Siguió caminando, entre complacido y temeroso. Pensó que llegaría a perder pronto su capacidad de asombro, pero, a cada paso, aquél crecía. Los colores también crecían, multiplicándose cada vez más, y el aire llevaba perfumes que se aspiraban sin mezclarse.
Transportado, de esta manera, tanto por sus pasos como por su fascinación, se halló, de pronto, en medio de una frondosidad exuberante. Se detuvo un momento, y entonces notó como si se posara sobre algo vivo. Algo se movió bajo su cuerpo, perdió el equilibrio, y se notó cayendo, cayendo,….

Cuando recuperó la fuerza de sus sentidos, no sabía si se encontraba encima o debajo de la tierra. Se vió en un mediano patio, reposando su cabeza en la inmediatez de un fuente, cuyo chapoteo, le había ido, poco a poco, devolviendo la consciencia.
Se fijó también en aquellas figuras de raros animales. Rodeó con su mirada los soportales artesanados, cargados con un enjambre de celosías multicolor.
El cielo, en lo alto, le devolvió la certeza de que seguía vivo y de que todo aquello era real. El sol del mediodía bajaba, después de una intrépida excursión, entre repujados de mil destellos, a recogerse a los pies de las columnillas de mármol blanco que sostenían tan abigarrada arquitectura.
Bebió un poco de agua para intentar recuperarse de tantas impresiones. Se levantó, y, presa de una gran agitación, echó a correr, buscando la salida a través de aquellas amplias estancias, que multiplicaban los sonidos de sus piés por un sorprendido silencio de siglos.
No supo bien cómo salió, por fin, del laberinto de patios, salas y pasadizos, todos abiertos, que fue encontrando a su paso. Y creyó que el aire que llenó sus pulmones cuando estuvo fuera del recinto, fué el primero que tomara en mucho tiempo.
No tomó mucho más. Sólo el necesario para, echando la vista atrás, contemplar desde fuera, aquella maravilla surgida, inesperadamente, de la nada, y para, inmediatamente después, seguir corriendo, corriendo, atravesando los mismos parajes que, ahora le parecían como los de tantos otros montes.

Cuando llegó, jadeante, a las primeras casas del Albaicín, quienes acudieron a sus gritos pudieron escuchar, de labios entrecortados, el relato más fascinante que jamás se pudo contar.
Sólo había que levantar la mirada. Estaba ahí. En lo alto. Desafiando, con su sorprendente majestad, el silencio del cielo y la curiosidad del sol.
¡Un Pa-la-cio! ¡Un Pa-la-cio! ¡Un Pa-la-cio!.
Poco después, tal vez abrumado por los acontecimientos, tal vez afligido por algún recóndito sentimiento de culpa, tal vez castigado ¿por qué? ¿por quién? . El caso es que el joven panadero enmudeció y ya no hubo manera de que volviera a pronunciar ni tan siquiera su propio nombre. Su silencio se hizo más patente cuanto más era percibido por todos que aquellas aguas ya no “traían duende” . Ni, qué decir tiene, que ya no lo trajeron nunca más.
La vida siguió en el barrio y en toda la ciudad. Con el paso del tiempo, la gente se acostumbró a ver todos los días el palacio allá, en lo alto de la colina y, poco a poco se fue perdiendo la historia de Abdul Al Jalid.
En un principio, todo el que quiso, pudo visitarlo, entrar y salir por entre sus múltiples y vacíos rincones, hasta que la autoridad competente se hizo cargo de su custodia y mantenimiento, tal y como ha seguido ocurriendo hasta el día de hoy, en el que esta joya monumental tiene una merecidísima fama mundial.
No ocurrió así con la memoria del joven aprendiz que, como ya se ha dicho, ha quedado enterrada bajo el peso de los siglos, y seguramente, bajo el peso, más grave, de la conveniencia e intereses de los múltiples gestores de tan fantástico préstamo de los dioses. …………………
Y es que habeis de saber que el palacio de La Alhambra no es más que un préstamo, sin fecha de caducidad predeterminada, pero sujeto a unas condiciones pactadas por quienes han tenido potestad para ello.
Habeis de saber también que la torpeza de Abdul, el joven aprendiz de panadero, rompió un hechizo de siglos.
Todo esto habeis de conocer, aunque Alá es El Más Grande, y en su inmensa misericordia está el dar a entender al mundo la verdad de las cosas y de los hechos.
Que El me ilumine y guíe mi torpe mano, a fin de poder continuar desvelando lo que durante tanto tiempo ha permanecido oculto.

Habéis de saber, por fin, que el suntuoso palacio de La Alhambra fue creado para ser la residencia matrimonial del joven Muley-Al Raschid y la bellísima Zaraima la Dulce, su amantísima esposa, a quienes los antiguos sabios que gobiernan el mundo, con el permiso y encargo de Alá, el Más Alto, habían obsequiado con semejante tesoro, construído bajo tierra, con motivo de su enlace y en premio a su inmenso amor, que merecería ser eterno. Una eternidad para el mejor ejemplo de amor humano. Un reducto donde el cariño y la ternura permanecieran por los siglos de los siglos, como monumento viviente a la entrega mutua y a la pasión compartida.
Hubo una condición sin embargo: Toda la zona que coronaba, sepultando, las alturas del palacio; todo aquel enjambre de naturaleza bañada por los finos y transparentes tirabuzones del agua, estaba prohibido a la curiosidad ajena. De tal manera que si algún osado caminante hollaba con su pié desnudo la tierra situada justamente encima del tálamo nupcial, el encanto desaparecería. El palacio y sus habitantes serían expulsados al exterior, convirtiéndose, ellos en simples mortales, mientras que su hermosa morada sufriría igualmente el deterioro y las inclemencias del tiempo.

Y esto fue lo que, en definitiva, ocurrió por obra y gracia de la atolondrada imprudencia del joven aprendiz. Imprudencia y atolondramiento que suelen estar bastante extendidos, también en nuestros días, entre los que, alejados, tanto de la infancia como de la madurez, transitan por la vida a espaldas de los condicionamientos sociales más elementales.

Sin embargo, y por último, habéis de terminar sabiendo que, tras el desafortunado acontecimiento que acabo de relataros, y una vez hubieron fallecido y abandonado, por tanto, su carne mortal nuestros desheredados enamorados, los siete sabios reunidos, antes de dar su permiso para la siguiente reencarnación, y teniendo en cuenta la encomiable actitud que Muley y Zaraima mantuvieron en vida, así como su resignada aceptación del castigo, constituyendo un modelo de vida en común, y de solidaridad con sus semejantes. Llevados los sabios, por lo tanto, de su infinita compasión y magnanimidad (sea todo ello con el permiso y la bendición de Alá, cuyo nombre triunfe siempre contra el infiel) dispusieron que…..

Ellos no lo saben, pero sus espíritus continúan en esta tierra, sin que guarden memoria de vidas anteriores.
Si un día, alguna de las innumerables parejas que visitan el Palacio de La Alhambra, a quienes la casualidad y la fuerza del amor hubiera vuelto a unir….
Ellos no lo saben, pero si llegaran a cruzar juntos la puerta de acceso en la que el sortilegio hace aparecer una mano a poca distancia de una llave….
Si en alguna de las reencarnaciones posteriores, Muley y Zaraima , volvieran a encontrarse, volvieran a enamorarse, y entraran en el actual palacio de La Alhambra…..
Ellos no lo saben, pero entonces, la mano tomará la llave y cerrará todos los accesos. La tierra volverá a abrirse, el Palacio entero se hundirá en ella, y con él, todas cuantas personas, animales o cosas se encuentren en su interior.
Así está dispuesto, acordado y sellado.
De este modo, la feliz pareja recuperará, para siempre, su perdido tesoro, juntamente con la bendición de quienes mueven el mundo; mientras que todo ser animado permanecerá transformado en estatua viviente para ornato y acompañamiento de aquellos que habrían merecido, definitivamente, el amor eterno.

Todo esto me contaron. Todo esto os cuento, pero Alá es El Más Sabio.

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