Archive for octubre, 2008

UNA DE CIENCIA FICCIÓN

Iniciamos la vuelta. Abandonamos este planeta, el tercero de la estrella Q602H55, con la misión cumplida. Mi subalterno Gzxqtr y el que esto escribe, el comandante Ggnbq, nos sentimos muy satisfechos por el trabajo realizado.

Llegamos hace dos dias solares. Fuimos directos al lugar de emisión de las secuencias sonoras y efectivamente, tal y como habián supuestos nuestros sabios, se trataba de una raza inteligente. La cadencia de sonidos uno-espacio-tres-espacio-cinco-espacio-siete-once-espacio largo para volver a comenzar uno-espacio-tres…. no podía ser fruto de un azar natural. Nada sin intelegencia podía producir los primeros números indivisibles por azar. En este planeta existió una especie inteligente y volvemos sabiéndolo todo de ella.

Nada más aterrizar, mi subalterno y yo descubrimos la fuente de las emisiones sonoras. Aunque debilitadas por el paso de tantos millones de años, eran producidas por una especie de emisor atómico y las habían programado para que, como ha pasado, alguna otra especie inteligente las hallara algún día y pudiera saber de la existencia de esta raza, de sus costumbres, leyes y modo de vida.

Dentro de una caja perfectamente conservada gracias a su envoltura hermética, se encontraban tres documentos dejados para el conocimiento futuro.

El primero no nos servía para nada. Era un montón de láminas finas agrupadas en medio de dos tapas gruesas. Las hojas estaban llenas de signos por ambas caras. Estos signos debían representar los sonidos con los que se comunicaban. Seguramente en ellos reflejan datos de su mundo y de su especie pero, desgraciadamente, los códigos fonéticos nunca los hemos podido descrifar; distinto sería si hubieran simbolizado ideas, como los nuestros.

El segundo era un pequeño disco rígido. Nuestro analizador ha descubieto que era una especie de almacen de ruidos. Hemos podido reproducir su sonido y no eran palabras de la especie dominante ni de ningún otro ser natural porque son sonidos sin voz; sus longitudes de onda demuestran que están producidos por unos instrumentos metálicos y por otros con cuerdas que, al vibrar, producen superpuestos unos a otros, una especie de ruido con una secuencia que no llega nunca a ser previsible. Gzxqtr opina que debían ser producidos para deleite de estos seres. Tampoco nos puede decir nada útil sobre esta raza y lo hemos dejado allí.

Pero el tercero es un tesoro. No ha sido fácil identificarlo y mucho menos reproducirlo, pero ha valido la pena. Se trata de una grabación donde se ve perfectamente al ser que dominó este planeta hace millones de años. En esta grabación aparece este ser. Se mueve, habla, gesticula, se relaciona con otros seres iguales a él, de diferentes edades y de ambos sexos. Es un ser bípedo, camina erguido, tiene dos extremidades superiores con las que se sirve para todo. En su cabeza redondeada tiene dos protuberancias en la cara, bajo los ojos, con las que habla y gesticula. Gracias a este documento nuestros sabios lo sabrán todo,  absolutamente todo, sobre él.

Lo único que no sabremos jamás es qué dice el único texto escrito que aparece en el film: «Una historia del Pato Donald. Es una producción de Walt Disney».

Jotaerre. El incansable.

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Con uno que lo lea…..

Estoy pesado con tanto cuento, pero como no molesto a nadie, sigo. Además, con uno que lo lea me doy por satisfecho.

Fray Benito no era un fraile como los demás. Sus compañeros, los padres Benedictinos, eran cultos y sabían todos los idiomas de la tierra. En cambio. él nunca había conseguido aprender a trasladar al sonido de la voz los extraños signos que veía escritos sobre los legajos. Por eso, mientras sus hermanos traducían del árabe al latín, de éste al griego,  o al revés, según fuera el caso, Fray Benito tenía que conformarse con dibujar en los legajos las orlas que bordeaban la portada, el lomo o la última página.

Esa labor era, a ciencia de todos, simple y rutinaria. Para dibujar angelitos flotando alrededor de Nuestra Señora no se necesitaban grandes conocimientos. A pesar de eso, Fray Benito lo hacía con todo el amor de su corazón y con todo el cuidado y atención de que era capaz. Y así se esmeraba extendiendo el rosado en los mofletes de los querubines, el blanco plateado en las sienes de San José o el rojo vivo en los precipicios que representaban el fin del mundo, al oeste del cabo de Finisterrae, donde los dragones nadaban sobre las olas tragándose los osados barcos que hasta allí llegaban y que el humilde fraile dibujaba debajo de una letras que  no entendía, pero que le habían dicho que decían NON PLUS ULTRA.

Y así pasó su larga y modesta vida Fray Benito. Adornando las maravillosas creaciones de sus compañeros con sus humildes dibujos. Y sintiendo la pena amarga de no poder hacer una labor más meritoria por la mayor gloria de Nuestro Señor. Admirando la sabia labor de sus compañeros y llorando por su limitada capacidad.

Pasaron los años.  Después de Fray Benito y de otros muchos frailes que ocuparon el convento después de  Fray Benito, se dejaron de escribir libros en los monasterios. El convento fué abandonado. Y pasaron más años y ya no quedaba del convento más que cuatro paredes y montones de piedras amontonadas al pie de arcos medio derruidos.

Y llegaron los hombres de ciencia. Desenterraron tomos de cartón con pliegos de papel amarillento escritos en gótica. Tratados de Aristóteles en latín, griego y árabe; tomos de Maimónides, biblias y libros de rezos. Pero nada de eso les interesaba. Toda la sabididuría encerrada en aquellos pesados tomos era cosa conocida. Nada tenía el menor interés para aquellos sabios. Sólo una cosa les intrigó.

En aquellos papelotes antiguos había unos dibujos preciosos de angelitos desnudos alrededor de la Virgen y unos fantasticos monstruos en el fin del mundo tragándose las embarcaciones. Y sus colores tenían una frescura desconocida en libros similares de la misma época. Discutieron sobre la composición de la mezcla de tintas con la que se habían dibujado. No se parecía en nada a las conocidas. Y analizaron su composición bajo haces de rayos gamma, hicieron pruebas de carbono-14 y hasta descompusieron y volvieron a recomponer sus componentes por laboriosos procedimientos químicos de análisis y síntesis. Pero había algo, alguna substancia que les resultaba desconocida. Un elemento de la mezcla que no consiguieron identificar por más que lo intentaron.

Este elemento no era otra cosa que las lágrimas que Fray Benito no llegaba a secar antes de que cayeran sobre sus humildes dibujos.

Escrito de memoria de algo parecido que leí hace muchos años, casi de los tiempos de Fray Benito.

Pide perdón, pero sigue

Jotaerre

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Cuento copiado

Animado por los últimos comentarios y viendo que nadie más escribe, voy a desahogarme otra vez.

Este es un cuento del maravilloso escritor D. José Mª Pemán, que sería mucho más conocido si no hubiera sido franquista. Como lo ya sabido de Machado el bueno y Machado el otro, como si D. Manuel Machado no hubiera escrito el mejor poema en lengua castellana, aquel de «polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga».

Bueno, vamos con el cuento de D. José Mª, que intentaré resumir mucho sin quitarle la ternura que encierra. Para los que no lo conozcan.

Se llamaba algo así como FRAY SIMPLICIO Y EL POZO.

Fray Simplicio llevaba ya muchos, muchos años haciendo cada día la misma tarea para su humilde convento: se levantaba antes de que saliera el sol y salía con su saco vacío echado en la espalda pidiendo por pueblos y casas de campo la caridad de las gentes para el sustento de los frailes. Caminaba muchas horas cargando su saco con una hogaza de pan que le habían dado aquí, un trozo de tocino allá y un puñado de cebollas más allá. Visitaba las más casas que podía, sabiendo que de su esfuerzo dependia la subsistencia de sus compañeros. Y lo hacía en el más crudo invierno, con los pies congelados dentro de sus desnudas sandalias y con el frio húmedo de la ventisca calado en sus secos huesos. Y también en los dias más tórridos del verano, cuando el sudor le hacía resbalar de las manos el gastado saco que se clavaba en sus cansadas costillas, lleno de los donativos de la buena gente.

Pero Fray Simplicio sabía que su trabajo era humilde como él y que era misión que no requería de grandes conocimientos. Una misión sencilla y sin ningún mérito. No como otros frailes del convento que sabían griego, latín o árabe y traducían grandes tomos que relataban los milagros de Nuestro señor o las maravillas del culto a su Santa Madre. Fray Simplicio nunca había aprendido a leer y apenas hablaba el romance más vulgar.

Por todo eso, sintiendo que su trabajo carecía de mérito y que era demasiado poco para ganarse el Cielo, quería agradar a Dios con algo más. Y  decidió hacer un sacrificio cada día, para mayor gloria de Dios y mejor merecer la Gloria que esperaba. Así, en los dias calurosos del verano, cuando volvía cargado con su saco, sudoroso y cansado, al pasar por un fresco ribazo del rio donde los chopos daban una agradable sombra al mullido suelo verde, en vez de pararse, dejar el saco en el suelo, quitarse las polvorientas sandalias y refrescarse con unos puñados de agua por la cara y descansar un momento, no lo hacía. Todo lo contrario: seguía caminando como si la sombra no existiera y pasaba de largo, camino del convento con su pesada carga en la espalda.

Y en ese momento, cuando vencía la tentación, miraba al cielo, desde donde Dios le estaba viendo y decía para sí: «Es por Tí; para merecerme tu Gloria». Y Dios parecía comprenderlo, porque cada tarde, con el crepúsculo en puertas en el que ya se veían algunas estrellas, una nueva estrella aparecía de golpe, como puesta por Dios, que parecía llevar la cuenta de los sacrificios de Fray Simplicio. Esto al fraile le llenaba de alegría porque Dios sabía de sus renuncias y se lo agradecía. Y Fray Simplicio se conocía cada una de las muchas estrellas con las que Dios había premiado sus sacrificios durante tantos años

Pero Fray Simplicio era ya muy viejo. Demasiado para cargar todo el día con el saco y para recorrer tantos caminos. Por eso el Prior le puso un ayudante. Un novicio joven y fuerte que podía llevar el saco, librándole al menos de su peso.

Y un día de verano salieron los dos. El novicio cargaría con el peso y Fray Simplicio le acompañaría para que fuera conociendo casas y gentes. El  joven iba callado, como obliga el voto de silencio. Sólo debía acompañarlo y hacer lo mismo que hiciera él.

Cuando ya de vuelta los dos hacia el convento,  con el muchacho cargado con un saco que aquel dia pesaba más de lo habitual, caminando dos pasos detrás del fraile y llegaron a las proximidades del ribazo verde y sombreado, Fray Simplicio miró hacia atrás y sintió pena al ver al novicio. Iba sudando y cansado y, al oir el ruido del agua y adivinar el agradable remanso, pensó con alegría que allí pararian un momento, se podría quitar las sandalias, refrescar sus pies con el agua fresca y descansar sobre la hierba. Y sintió pena porque no se iban a parar. Como cada día, tenía un sacrificio que ofrecer a Dios.

Pero era tanta la lástima que a Fray Simplicio le dió el muchacho que decidió cambiar su costumbre. Por un día Dios no lo iba a considerar mal. Sólo sería hoy. El pobre novicio no estaba acostumbrado y el saco pesaba demasiado.

Y, como si eso fuera lo que hacía  siempre, Fray Simplicio llegó al ribazo, se acercó al agua y mojó sus pies desnudos. Se lavó la cara, bebió con las manos  y se tumbó sobre la hierba. Rápidamente el novicio lo imitó. Con gran placer se refrescó, bebió y descansó.

Poco después, con las fuerzas renovadas, siguieron camino del convento. Fray Simplicio miró al cielo. Al rincón donde estaban sus estrellas: Miró donde estaba Dios y le dijo: «Lo siento, Señor, hoy no he podido ofrecerte mi sacrificio. Hoy no me he ganado una estrella.»

Pero para su sorpresa, sobre el azul oscuro del atardecer, ese dia, en vez de la acostumbrada estrella, aparecieron dos.

Versión libre hecha por

Jote Erre (y que Pemán y vosotros me perdoneis)

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Si no quieres caldo……..

Nadie lee mis cuentos. O casi nadie. Sólo sé que MMar ha hecho un comentario y que Cristina me ha dicho que le han gustado. Fuera de eso, ná. Ni siquiera mi Santa ha querido nunca leer uno. Ni mi hijo se ha detenido a ello. Pero el Cuentista no se rinde. ¿No quereis caldo?, pues dos tazas.

La Gallina encontró unos granos de trigo y se dijo: voy a sembrarlos y saldrán más granos de trigo. Pidió ayuda al Cerdito, pero éste se negó: no, no, que tengo reuma y trabajar no me sienta nada bien. Luego pidió ayuda al Perro, pero también puso una excusa: no, que yo soy vago por naturaleza. El trabajo no me seduce nada nada, prefiero dormir bajo el árbol. Y pidió ayuda a la Vaca, su última esperanza, pero la vaca dijo que si trabajaba podía perder su subsidio de paro y que pasaba de cavar la tierra para la siembra.

En fín, la Gallina se puso a cavar, preparó la tierra, abrió los surcos y vertió sobre ellos los preciosos granos de trigo con la esperanza de ver recompensado su esfuerzo.

Al cabo de unos meses el trigo había crecido y unas doradas espigas se doblaban por el peso de los muchos granos que contenían. El trabajo había dado sus frutos. Sólo faltaba recogerlos. Y volvió a pedir colaboración a sus compañeros.

Pero el Cerdito ahora cobraba una pensión de invalidez por su obesidad mórbida y no quería perderla por trabajar segando. El Perro se había hecho enlace sindical de la granja y seguía cansado de no hacer nada y la Vaca dijo que en sus pezuñas resbalaba la hoz.

Y la pobre Gallina tuvo que segarse ella sola todo el trigo.

Lo mismo pasó cuando pidió que la ayudaran en la era para separar trigo y paja. Y cuando volvió a pedir ayuda para molerlo y convertirlo en harina. Ella sola tuvo que hacerlo todo.

Por fin, cuando amasó la harina y horneó cuatro dorados y calentitos panes, los puso en su ventana para que el Cerdito, el Perro y la Vaca los vieran y supieran lo que se habían perdido por no ayudarla.

Pero, ¡ay¡ sus tres compañeros gandules, indignados por tamaña ostentación de la Gallina, usaron el Derecho que tienen todos los animales de pedir al Poder que resuelva nuestras necesidades y, llenos de razón, la denunciaron al jefe Burro:- No hay derecho, la Gallina tiene cuatro panes y nosotros ninguno. Ella va a poder comer más de lo que necesita y nosotros no tenemos nada. Esto es una Injusticia. La Gallina es una acaparadora de riqueza, fascista, nazi y españolista que lo quiere todo para ella sola y a los pobres que nos parta un rayo. Jefe Burro, nosotros los pobres te hemos puesto de jefe para que repartas lo de los que tienen mucho. Es tu obligación.

Y el jefe Burro, estuvo de acuerdo con ellos. -Que la Gallina dé uno de sus panes a cada uno de sus tres compañeros y así todos tendrán un pan para comer este invierno. Eso es Justicia. Eso es Progreso. Eso es Solidaridad.

Y así se hizo y todos quedaron felices y contentos.

Sólo que la gallina no volvió nunca jamás a recoger granos de trigo, ni a sembrarlos, ni a segarlos ni a…..

Jotaerre, el Cuentista

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