Pues bien, ya que la gente sigue sin escribir (parece que leer sí; algo es algo).
Aprovechando que el cuentista oficial no se reivindica mucho estos días, os amenazo, os castigo, os voy a dar la paliza con la madre de todos los cuentos.
Tan es así, que voy a escribirlo por entregas. Con un par ( de entregas van a hacer falta bastantes más de un par).
Por ello, y sin más dilación, a renglón seguido comienzo con:
EL OTRO CUENTO DE LA ALHAMBRA
«… y, de pronto, surgió
de las entrañas de la tierra
como una rosa que se abre…»
………..
Antiguamente, la colina donde hoy se asienta el palacio de la Alhambra, era un suave bosquecillo de jara y encinas, agujereado por hebras de agua cristalina que bajaban, relucientes, hasta el Albaicín, donde tomaban reposo en un estanque.
Por aquel entonces, se decía que esas aguas traían «duende», expresión que aún se utiliza actualmente para designar algo misterioso, escondido y profundo, como salido de las entrañas de la tierra misma.
Pues bien, en dicho barrio del Albaicín, vivía un joven panadero, huérfano y aventurero, llamado Abdul Al Jalid, a quien no amedrentaba la prohibición tácita, que había en toda la ciudad, de subir hasta la colina del bosque. En efecto, nunca se supo que se hubiera dado ningún aviso al respecto, ni bando ni edicto. Nadie hablaba mucho de ello, pero estaba en mente de todos que aquellas aguas «traían duende». No hacía falta decir más.
Fuera por curiosidad, por desafío o por ambas cosas a la vez, , Abdul, desoyendo lo que la prudencia y la cordura aconsejaban,
(continuará)